En su libro “El retorno de los brujos”, publicado por primera vez en 1960, Louis Pawels y Jaques Bergier rastrean los antecedentes de diversos aportes de la ciencia y la tecnología, concluyendo que la mayoría de lo que se anuncia como nuevo ya había sido pensado o desarrollado previamente. Los autores utilizan la atractiva formula: “No hay nada nuevo, excepto lo que se ha olvidado”, con la intención específica de señalar la proliferación de plagios en el campo de las ideas, y respaldar su argumento de que: “nada hace a los espíritus tan imprudentes y vanos, como la ignorancia del tiempo pasado y el desprecio de los libros antiguos”.
Para los autores de este interesante libro, es más bien excepcional que una idea original se convierta rápidamente en un invento exitoso. “Para que una idea retorne triunfal -dicen los autores- es preciso que se produzca el azar de una nueva idea que resucite a la primitiva de su olvido, o bien el plagio feliz de algún inventor de segunda mano. En lo tocante a los inventos, desgraciado el primero que llega, y gloria y provecho al segundo.»
Esta idea, (nada nuevo bajo el sol) ha coexistido desde la antigüedad con otra idea, igualmente difundida, la idea de que el cambio es la constante de todos los tiempos. ¿Qué tan contrapuestas o qué tan complementaras son realmente estas dos ideas?