Pierre Teilhard de Chardin (1881–1955) sacerdote jesuita en cuyo pensamiento convergen activamente la espiritualidad, la ciencia y la filosofía. Quizás por ello su gran anhelo fue reconciliar la fe cristiana con la evolución biológica y el desarrollo científico del mundo moderno. Su pensamiento es profundamente integrador, interdisciplinario podríamos decir, y ha tenido una influencia importante en la comprensión del cosmos, la conciencia, la evolución y la espiritualidad.
Una de los muchos senderos que emprendió lo llevó a proponer una interpretación del universo y su evolución, como un proceso que avanza hacia una mayor complejidad y conciencia, comenzando en la materia inorgánica y culminando en la aparición del pensamiento reflexivo (“El fenómeno humano”, 1955). En dicho proceso se entretejen aspectos biológicos, espirituales, sociales y cósmicos.
De mis diversos encuentros –por varias décadas– con la obra de Teilhard de Chardin, creo que lo que más ha llamado mi atención ha sido su visión de la humanidad en el momento evolutivo actual del universo. En el marco de sus limitaciones y conflictos, pero también de sus posibilidades, creo que Teilhard veía una especie de humanidad adolescente, porque veía que en sus manos está estancarse e incluso autodestruirse, o alternativamente avanzar hacia la madurez, a una esfera superior de conciencia que logra controlar su egoísmo, privilegia lo colectivo sobre el individualismo, la inclusión sobre la discriminación, y el amor apoyado en la razón y la cultura que protegen los sistemas vitales de la Tierra.
“Vivimos en una época –escribió el filósofo– en la que todo converge; nada se aísla ya. Esto puede parecernos caótico, pero es el preludio de una nueva unidad”. Esta visión de una humanidad adolescente, muestra optimismo en la evolución: “la humanidad no está terminada: somos todavía prehumanos, o apenas humanos. Estamos en camino de hacernos humanos… el porvenir del hombre no se encuentra en su repetición biológica, sino en su transformación espiritual y social”. De esta manera, la visión de Teilhard se centra en la emergencia de nuevas formas de conciencia, que nos llevan a la madurez, a la convergencia del individuo autónomo y el colectivo unificado. No más fragmentos aislados y sí, en cambio, aceptación de la complejidad que somos y en la que convivimos. (“El porvenir del hombre”, 1959).