Epicuro, nacido en Samos en el año 341 a.C., es uno de los pensadores más influyentes de la filosofía helenística. Su obra destaca por su enfoque en la búsqueda de la felicidad y la tranquilidad del alma, conceptos que fundamentó a través de su teoría del placer como el bien supremo. Influenciado por Demócrito, desarrolló una teoría atomista que explicaba el universo como una combinación de átomos y vacío. Este enfoque naturalista desmitificó las intervenciones divinas y los temores religiosos, permitiendo a las personas centrarse en la experiencia humana y en la razón para comprender la realidad.
En ética, Epicuro formuló una teoría hedonista, aunque no del tipo vulgar que promueve excesos, sino uno refinado que considera el placer como la ausencia de dolor físico y perturbación mental (“ataraxia”). Según Epicuro, alcanzar la felicidad implica cultivar virtudes como la prudencia, la amistad y la moderación, ya que estas garantizan un placer duradero. Rechazó el temor a los dioses y a la muerte, argumentando que estas preocupaciones solo generan sufrimiento innecesario.
Epicuro fundó una comunidad filosófica conocida como “El Jardín,” donde se fomentaba la vida sencilla, el estudio y la amistad como pilares de la felicidad. Esta concepción de la filosofía como herramienta para mejorar la existencia humana influyó profundamente en el pensamiento occidental posterior, desde los estoicos hasta los humanistas renacentistas.
En tiempos modernos, el filósofo contemporáneo Michel Onfray ha revitalizado el pensamiento epicúreo, defendiéndolo como un antídoto contra la alienación de la modernidad. Este filósofo argentino destaca que Epicuro no solo busca el placer individual, sino también el bienestar colectivo a través de la amistad y el desapego de bienes materiales excesivos.