Sin muchos rodeos, el filósofo contemporáneo Jacques Rancière rechaza la inercia dominante en el pensamiento occidental, la cual fragmenta, encasilla y aísla la realidad. En su concepto, la realidad es fluida e interconectada. Es por ello por lo habla de un saber no en disciplinas sino “in-disciplinado”, porque va más allá de compartimientos estancos, y porque nos ayuda a reconocer su imperfección, temporalidad y, sobre todo, su poder emancipador.
En la conversación entre Jacques Rancière y Facundo Giuliano1, hay coincidencia en que la educación no podrá verdaderamente emanciparnos mientras su fundamento siga siendo la desigualdad entre sabios e ignorantes, contenido en casi cualquier modelo educativo y de docencia existentes. Para Rancière, “ignorar” no es tanto una carencia como una oportunidad de emancipación. La igualdad fundamental de los seres humanos está en su inteligencia, es decir, en su potencia inherente para aprender perteneciendo. Como dice Facundo Giuliano en el curso de su conversación con Rancière: “la ignorancia ranciereana entraña un gesto emancipador: el de ensayar maneras de hacer y decir que guiadas escapen a – es decir, que ignoren – la distribución jerárquica de lugares y funciones con las que el “orden pedagógico” clasifica cuerpos e (in)capacidades.”
En palabras del filósofo: “aquellos y aquellas que más han aprendido de mí, aquellos y aquellas que han sentido el efecto de mi palabra más vívidamente, han sido frecuentemente personas que nunca tuve como estudiantes, gente que me había escuchado libremente o que simplemente me había leído, muchas veces a través de una traducción, y muy lejos de los lugares donde yo he enseñado. Todo ello resulta coherente con la idea de emancipación intelectual: siempre hay una tensión entre la función del profesor y la del maestro emancipador. Siempre emancipamos mejor a aquellas personas que no tienen ningún vínculo de dependencia con nosotros.
1. Facundo Giuliano y Maria Natalia Cantarelli, 2016,
