François-Marie Arouet, Voltaire para sus lectores, fue uno de los pensadores más representativos del movimiento intelectual y cultural europeo conocido como La Ilustración (Siglos XVII y XVIII). Auténtico filósofo de su tiempo, su voz no quedó en el Siglo XVIII. Dejó un legado cultural y político para un futuro en el que todo cambió, excepto quizás lo que en esencia somos, ambicionamos y necesitamos los seres humanos.
Era un genio del sarcasmo que usó su pluma para luchar contra el fanatismo, la injusticia y la censura. Creía en la razón, la libertad de pensamiento y la tolerancia. Fue una de las voces más claras del llamado “Siglo de las Luces”. La visión contenida en sus escritos y en su voz, fue lograr que la gente aprendiera a pensar por sí misma y a no temer al poder.
Voltaire no fue un político ni un teórico del Estado, pero sí uno de los primeros intelectuales modernos: usó la razón, el estilo y la sátira para hacer pensar al poder. Su legado político no está en una doctrina, sino en una actitud: gobernar con razón, privilegiar la verdad, dudar de toda autoridad y defender el derecho a pensar distinto y con libertad .
La mayor contribución de Voltaire fue su acción de máximo propagandista y divulgador de la Ilustración, un período seminal en la historia posterior al Renacimiento. Tomó ideas complejas sobre la razón, la tolerancia y la libertad y, mediante su brillante estilo literario y su lucha valiente, las infundió en la conciencia pública. No fue el filósofo más profundo, pero si el más eficaz en el uso de la filosofía como fuerza impulsora del cambio social.
Vista desde la actualidad, su propuesta sigue siendo vigente y poderosa especialmente para los jóvenes: curiosidad sin límites, claridad al pensar, humor e inteligencia en la argumentación, cuestionamiento y acción permanente frente al poder político, rechazo frontal al fanatismo en cualquiera de sus formas, compromiso ético y efectivo con la justicia. Su vida muestra que la inteligencia no es para dominar, sino para liberar, y que pensar con valentía sigue siendo, tres siglos después, una de las formas más altas de ciudadanía.